Independencia de Castilla

Los orígenes del condado de Castilla y su gesta para convertirse en reino están anclados en el ámbito de lo mítico, entrelazándose las historias de los jueces castellanos y las aventuras de los condes. Durante el siglo XII se narran estas historias en la Crónica Najerense y la Historia Roderici, pero es realmente un siglo después cuando el tema florece en el Liber Regum, el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy y el De Rebus Hispaniae de Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo.

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Orígenes míticos

Según esta tradición, los castellanos designaron a dos jueces para que actuasen como caudillos ante los abusos del poder leonés. Se elige a Nuño Rasura para juzgar y a Laín Calvo para combatir. Las figuras de los jueces tenían una referencia bíblica y abarcaban las destrezas básicas del gobierno medieval. Al Fuero Juzgo leonés se oponía la autoridad de los jueces de Castilla, creando jurisprudencia por la acumulación de hazañas y sentencias basadas en el uso en el uso de la tierra. Las historias dicen que en tiempos de Fernán González se llegó a quemar el Fuero Juzgoen Burgos. Los textos medievales no se ponen de acuerdo para situar en el tiempo los abusos de León sobre los castellanos, algunos indican que fue a la muerte de Alfonso II el Casto (842), mientras que otros apuntan al gobierno de Fruela II (924-925). Gran parte de los historiadores actuales creen que la historia de los jueces de Castilla no muestra una realidad de los siglos IX-X, sino que nos habla de la manera de construir la ideología política y la identidad castellana en los siglos XII y XIII.

El bloque más importante de leyendas castellanas está formado por la épica de los condes. La figura principal es Fernán González, a quien se atribuye la independencia castellana. Sus gestas se narran en el Poema de Fernán González, escrito hacia 1250 por un monje de San Pedro de Arlanza que se esforzó por integrar su monasterio en la narración de un conjunto de episodios heroicos. Más allá de la lucha contra el Islam y las tensiones entre navarros y leoneses, la parte más relevante es el episodio donde el conde vende un azor y un caballo al rey de León con la condición de que si el pago se retrasase el precio se doblaría día a día. Tras la demora, la cantidad resultante llegó a ser tan alta que el rey no tuvo otra opción de pago que reconocer la independencia de Castilla.

Cantaban los juglares medievales que estaba Fernán González reuniendo un ejército en las tierras de Lara dispuesto a atacar a los musulmanes de Almanzor. Era esta una tarea de días, de mucha espera mientras llegaban las mesnadas desde los distintos lugares de Castilla. Fernán González decidió tomarse un rato de recreo y se fue de caza. Al poco de iniciar la cacería, avistó un jabalí enorme con dos grandes colmillos. Fernán González corrió raudo hacia él. Pero el jabalí también era veloz, así que el conde castellano se alejó de sus acompañantes y se internó en solitario en los espesos bosques de la zona, por las cercanías de un arroyo llamado Vasquebañas. Llegó un momento en el que perdió de vista al puerco salvaje y tampoco atisbaba ningún rastro de su paso. Así que decidió hacer un alto. Llegó a un claro en el bosque y se encontró con lo que parecía la entrada a una cueva recubierta de hiedra. Fernán González bajó de su montura y entró en ella. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al entrar en la cavidad se dió cuenta de que realmente era una antigua ermita dedicada a San Pedro. En el altar estaba el jabalí al que venía persiguiendo. El conde no consideró oportuno matar allí al animal y perdonó su vida. A continuación oró pidiendo ayuda en el combate que se aproximaba. Tras orar, Fernán salió de la iglesia y el jabalí le siguió dócilmente. En el claro aparecieron entonces los tres ermitaños que vivían en la pequeña ermita. El mayor de ellos, Pelayo, se dirigió al conde: —Bienvenido a nuestra humilde morada señor. ¿Podéis decirnos quién sois?—. Contestóel conde: —Soy el conde de Castilla, Fernán González. Disculpen que haya allanado su morada pero, persiguiendo a este jabalí, me he perdido por los bosques y he acabado en esta ermita. Pero debo ahora apresurarme e ir con mi ejército que se está reuniendo para combatir a Almanzor—. —Te ruego que te quedes hoy con nosotros, comas de nuestro humilde pan y disfrutes de nuestra hospitalidad —le ofreció Pelayo–. Además, te diré qué tienes que hacer para conseguir la victoria en la batalla que se avecina. Aceptó la invitación el conde y tras haber comido, Pelayo dijo a Fernán González: —Vencerás, con ayuda del Señor, a tu enemigo Almanzor. Harás, además, grandes hazañas, conquistarás mucha tierra y tendrás innumerables victorias contra los descreídos.—Y prosiguió— Pero también te aviso de que serás dos veces preso. Y para que veas que es verdad todo lo que ahora te estoy contando, te avisó de que antes de tres días, cuando creas que estás a punto de perderlo todo, verás un hecho milagroso que hará que tus tropas recobren el ánimo y acaben cambiando las tornas del combate. —Gracias por tu cena y por tus consejos—dijo el conde. Y disponiéndose a partir aseguró:—Si todo ocurre tal y como has dicho prometo que os construiré un monasterio digno donde viváis el resto de vuestras vidas. Como todo, finalmente, aconteció como había predicho el monje, Fernán González fundó el monasterio de San Pedro de Arlanza en las cercanías de la antigua ermita.

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Las leyendas sobre el segundo conde, García Fernández se narran en la Leyenda de los infantes de Lara y en La condesa traidora, donde es víctima de un complot urdido entre su esposa y su hijo Sancho, el futuro conde Sancho García. El relato tiene base histórica en la rebelión de Sancho contra su padre, pero carga la culpa en la condesa, deseosa por unirse con Almanzor. Sobre el tercer conde, Sancho García, no se conservan cantares de gestas. El último conde, García Sánchez, es objeto de un poema, con todos los ingredientes literarios necesarios, como su asesinato en León siendo un joven, poniendo fin a la dinastía de Fernán González y abriendo paso a los navarros.

Estas narraciones tienen un origen diversos y versiones contradictorias, sirvieron para construir falsas genealogías que unían al juez castellano Nuño Rasura como padre de un ficticio Gonzalo Nuñez, que a su vez era padre de Fernán González. Esto suponía condenar al olvido al verdadero padre de Fernán González, Gonzalo Fernández. Lo mismo ocurre con la línea sucesoria de Laín Calvo, que desembocaría en la figura de El Cid.

La realidad histórica

En tiempos de Alfonso I de Asturias (739-757) entraron en la órbita del reino los territorios orientales de Álava y Castilla. Cuando las crónicas astures hablan de Castilla -bajo el término de “Bardulia”- aluden a un pequeño rincón al norte de Burgos, en torno a Espinosa de los Monteros. Las fuentes andalusíes confirman estos territorios de Álava y al-Qila, pero por ejemplo Ibn Idhari cita a cuatro príncipes como poseedores de dichos territorios durante las campañas del 865. Quizá se refiera a las posesiones de Castrojeriz, Burgos y Ubierna que sabemos que por el 882 están en manos del conde castellano Diego Rodríguez.

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El salto hacia el Duero se hizo en el 912 con el apoyo de tres condes: Nuño Núñez, Gonzalo Téllez y Gonzalo Fernández -padre de Fernán González-. Téllez era el señor de Cerezo y Lantarón y desde el 912 controlaba Osma y otras proximidades de Burgos. Sabemos que Ordoño II (914-924) mandó prender en Burgos a los condes que gobernaban las tierras: Nuño Fernández, Abolmondar Albo y su hijo Diego, y Fernando Ansúrez. Todo apunta a una competencia entre los linajes locales por dominar el territorio.

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En el 931 consta como conde de Castilla Fernán González, quien además del poder de su padre toma el de su tío Gonzalo Téllez. Fernán González también aparece como conde de Álava. La simple posesión y uso del título de conde -que no se abandona hasta la llegada de la dinastía navarra- denota la aceptación de la superioridad del rey de León. Sí tenemos constancia de que el rey leonés no pasaba por estas tierras ni llegó a cobrar tributos a Castilla. Los condes García Fernández y Sancho García, gozaron de total autonomía militar en la realización de expediciones. Los señores leoneses y el propio rey no contaban con propiedades en Castilla, todo era acaparado por los linajes locales condales. A comienzos del siglo XI, Sancho III de Navarra empezó a acumular patrimonio en Castilla, algo que le permite luego efectuar la inclusión de su hijo Fernando I como rey castellano.

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